lunes, 6 de abril de 2009

HE COMPRADO UN HOMBRE EN EL MERCADO


(Recomiendo que escuches el video mientras te cuento esto...)



Ver y escuchar a Antonia Dell´ Atte por primera vez fue una iluminación extra sensorial. Un batallón de hormigas desfilando en mis brazos. Una cabalgata de latidos en mis labios. “Yo también quiero”, pensé. Aunque sin amor, quizás lo compraría en oferta y a granel. A los otros, que me los fíen.

HE COMPRADO UN HOMBRE EN EL MERCADO era el primer verso, de voz grave, como si nos contara un chisme con cigarro en mano. Antonia compró un hombre en el mercado. Lo vistió, lo lavó. Lo negoció caro y se olvidó de pesarlo. Él la amó como un loco y ahora ella trata a su antojo. Antonia te lo cuenta en el Parc Güell en Barcelona mientras su ropa de seda noventera se desplaza con la brisa. Lo repite acariciando las teclas. No se sabe si el piano le vino de yapa. “He comprado un hombre en el mercado. Lo he observado y me ha apestado”.

Pensé que había empezado a delirar la tarde que ví un fragmento de ese video. Fue en Sé lo que hicisteis, un programa magazine amigo de lo absurdo. En la cama, jugaba a mi lado mi-tan-atractivo-amigo J. con su computadora. Sé había quedado a almorzar. Había venido para cuidarme. Yo padecía una reacción fulminante a las ostras. Con esa canción, el dolor al estómago había emigrado al cerebro.

Creo que un mercado de hombres tendría poca variedad. Al menos que estés en el Mercat de la Boquería. Me imagino ahí a miles de XY ocultando sus cositas con flores multicolores y frutas exóticas. En el mercado de Surquillo, estarían colgados cabeza abajo como pollos muertos o convertidos en pechugas deshuesadas. Las cejas gruesas de J. volvieron a observarme y a hacerme bromas sugerentes a la canción. “Vamos a comprarte uno para que te sientas mejor”.

He comprado un hombre en el mercado…

Conocí a J. en Lima hace unos meses atrás, antes de llegar a Madrid. De casualidad. En una fiesta. Yo ya lo había chequeado hace unos años. El no sabía que existía. Me lo presentaron. Yo sonreí. Él me miró bonito. Como ese miércoles, que estaba tan amarilla y marchita.

He comprado un hombre en el mercado…

Hace un par de años, hubiera pasado mi tarjeta dorada para comprarme a J. En aquellos tiempos en que lo veía caminar por los pasillos de la universidad, altísimo, con su camisa a cuadros, con esa barba espesa y esa nariz. Quizá habría comprado yo a J. en el mercado. En el de Surquillo. A sol el kilo. Sería para mí una cojinova o una chita. Sería para mí una cebolla china. Tan flaco e inofensivo, mi J.
Mi-tan-atractivo-amigo J. continuó jugando con su computadora. Disimulando no inmutarse por el pedo que se me acababa de escapar. Él no era un kilo de lentejas, ni una caja de tomates. Ya no era un guapo chico inalcanzable. Era un mortal sentado en una cama pequeñita. Sin ninguna intención, más que ver televisión conmigo. Yo, con la única intención de ver televisión con él. Yo tenía a mi lado a un verdadero amigo en Madrid y su compañía no tenía precio. Que me lo envuelvan para llevar.

¿En qué mercado o supermercado comprarías a un hombre?

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